“Soy un trotamundos. Lleno mi mochila de pinceles, y eso me sirve de excusa para callejear”. Así se definió hace dos décadas el plástico Carlos Páez Vilaró, a su paso por Tucumán.

El artista uruguayo, que murió ayer a los 90 años, deja mucho más que un legado artístico: creador de ese emblema de Punta del Este que es “Casapueblo” y reconocido a nivel internacional por sus murales, fue también el símbolo de un padre desesperado, protagonista de la incesante búsqueda de su hijo tras un accidente aéreo en la cordillera de Los Andes.

Pintor, escultor y constructor, entre otras tantas facetas del arte en las que incursionó, Páez Vilaró se volcó principalmente a la representación de la naturaleza y la comunidad afro-descendiente en América del Sur, luego de vivir varios años en África.

“Estuvo laburando (trabajando) hasta ahora (...) Llegó lúcido e impecable, fue un referente para todos”, dijo su hijo Carlos a un canal de televisión local.

El artista también es recordado por la búsqueda de su hijo tras un accidente en avión que sufrió el equipo de rugby del colegio Old Christians en 1972 cuando atravesaba la cordillera de Los Andes, con destino a Chile.

Tras 72 días perdidos entre las montañas, sólo sobrevivieron 16 jóvenes de los 45 pasajeros.

Casa y museo
Páez Vilaró nació en la capital uruguaya, Montevideo, el 1 de noviembre de 1923 y falleció en la casa, museo y taller que él mismo construyó en Punta Ballena, Casapueblo, en las cercanías del balneario oceánico Punta del Este.

Pasó su juventud en Buenos Aires, donde se desempeñó como aprendiz de cajista de imprenta en los que fueron sus primeros años vinculado a las artes gráficas.

Pero en la década de 1940 retornó a su país y se dedicó a la representación del candombe, las comparsas y la vida cotidiana de los descendientes de los esclavos africanos en Uruguay.

Fue reconocido internacionalmente con varios galardones y uno de sus principales murales, “Raíces de la Paz”, considerada la pintura subterránea más larga con 162 metros, se encuentra en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington.

A su obra se suman extensas pinturas en hospitales en Chile y Argentina, así como en los aeropuertos de Panamá y Haití.

En junio de 1992, Páez Vilaró visitó Tucumán y expuso sus obras, invitado por el entonces Banco Roberts. “Mi vida ha sido hurgar en el fondo de la gente, como meter la mano en el bolsillo del saco: siempre hay una sorpresa”, confesó en ese entonces. “Más que pintor, me gustó ser un hacedor de cosas. El arte es como un edificio de departamentos, quiero ocupar todas las cosas, desde el sótano al parthouse”, había dicho el artista, cuya pasión supo iniciarse en los carnavales de su Uruguay natal.

“Mágicamente sigo una línea de color, que la inicié de niño, cuando comenzaba a bucear cosas del campo, cosas de los negros, de los conventillos urbanos. Siempre vuelvo allí, voy y recibo un fantástico baño de pueblo”, había expresado el plástico.

Carlos Stetler, entonces gerente regional del Roberts, recordó, en diálogo con LA GACETA, ese encuentro. “Lo invitamos, y lo presentó Manuel Andújar. Para nosotros era una figura que trascendía lo artístico. Lo que más nos había impactado de él era su vida de aventurero en el Congo, con los tamborilleros en el Uruguay, y después Casapueblo, y luego lo de su hijo. Lo que vimos era un hombre que se iba construyendo a cada paso. Después estuve con él en su casa del Tigre. Era un tipo agradecido, de aquellos que le metía pasión a todo lo que hacía”, destacó Stetler.

Biblioteca Popular Amado Juárez
Nació en 1907 como una biblioteca escolar, gracias a la visión del maestro Amado Juárez que a comienzos del siglo XX trabajaba en la Escuela Nacional N° 10, hoy Escuela Claudia Vélez de Cano. Este entusiasta de la cultura, conformó un grupo de vecinos que dieron fuego a la idea. Roque Anatolio Tarifa donó la propiedad y el 1 de Abril de 1909 pasó a llamarse Biblioteca Popular. Luego de su fallecimiento, la institución fue rebautizada con su actual nombre. En 1994 recibió el reconocimiento de la Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares (Conabip) y en ella funciona el museo arqueológico Runa Huasi. Particulares, la comuna de Amaicha del Valle y empresas apoyaron a la organización comunitaria que supo contener a generaciones enteras. Hoy sus miembros tienen un sueño: refaccionar por completo el edificio, aumentar la población de libros y mejorar sus servicios para que niños, jóvenes y adultos puedan acercarse al conocimiento. Para ello necesitan de subsidios que sirvan para financiar estas acciones.

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